La Semana de Pasión
Roberto Jiménez Silva
Desde el inicio de la Cuaresma la Iglesia invita a todos los fieles, a que gimamos con lamentos de penitencia, limosnas, y oraciones, la muerte causada por nuestras culpas y pecados, de su divino esposo y Salvador nuestro, Cristo Redentor. Para esto, quiere que nos preparemos y dispongamos con los ayunos, abstinencias y corazón contrito, a fin de que celebremos aún con mayor devoción, piedad y conversión este gran misterio, dedicando a su vez gracias a Cristo Redentor por el incalculable don de su misericordia otorgado en nuestra redención y liberación.
Refiere Amalario de Metz, aquél escritor litúrgico del último cuarto del siglo VIII, en uno de sus largos tratados titulado: “Los Oficios Eclesiásticos”, concretamente en el que conforma el Libro IV que trata principalmente sobre el Oficio Divino explicando sus partes esenciales y los oficios propios a ciertas temporadas litúrgicas o días festivos, más detenidamente en el capítulo II, dice que: desde los días primitivos del Cristianismo el tiempo de pasión comprende dos semanas. Es curioso, porque de ellas hace ya mención, en alguno de los 19 sermones dedicados a la Pasión de Cristo de un total de 96 que se conservan, el Papa San León Magno (390-461). Antiguamente estas dos semanas se denominaron de las Xerophagias, o sea, semanas en que estaba prohibido comer, no sólo leche o queso sino igualmente pescado, así, el alimento se reducía exclusivamente a frutos secos.
El Domingo de Pasión fue llamado ad Sitientes, y también Judica, por comenzar así el Introito de la Misa: Judica me, Deus, et discerne causam meam de gente non sancta…; Júzgame tú, oh Dios, y separa mi causa de la de un pueblo no santo…; Igualmente se le dio el nombre de Neomenia, o de la luna nueva de la Pascua, porque nunca deja de caer después de la luna nueva de Marzo; observando también cómo el Domingo de Pascua cae siempre después de la luna llena del mismo mes. Los escritores antiguos no se pusieron de acuerdo, si era ésta o no, la llamada Dominica mediana por los latinos.
Antiguamente, y antes de las primeras Vísperas de esta Dominica in Passione, se cubrían de púrpura o morado la cruz, las pinturas y las imágenes de las iglesias, o por lo menos, con fúnebres telas, que no pudieran traslucir la imagen. Algunos autores consultados son de la opinión de que esta ceremonia se ejecutaba mientras se cantaba el Evangelio, al tiempo de pronunciar estas palabras: “Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo”. (Jn. 8,59)
Hace ya tiempo, que la Facultad de Teología de la Universidad de París declaró ser contraria a la sentencia de los Doctores Católicos, a la costumbre de toda la Iglesia y al recto sentido de las Escrituras, la doctrina del humanista, filósofo, filólogo y teólogo neerlandés, Erasmo de Róterdam cuando decía: no haber querido Cristo que fuese llorada su muerte sino solo adorada y celebrada con júbilo.
La Iglesia Católica omite el Gloria, o iguales Doxologías, en muchas partes de sus Oficios Públicos, para expresar precisamente su tristeza y conmover a sus hijos a acompañarla en sus oraciones con “un corazón contrito y humillado” (Salmo 50), porque “Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades” (Isaías 53,5) y que podamos ofrecer a Dios el sacrificio de nuestras lágrimas, que son como la sangre del corazón, inmolada por el dolor y derramada ante Dios, conforme a la bellísima expresión de San Agustín.
La Semana de Pasión es una de las más movibles, ya que está en relación con la semana inmediata, o sea, con la fiesta de la Pascua. Aquí hay una ligera controversia; por un lado, están los que creen que Nuestro Señor Jesucristo padeció su pasión un viernes 3 de abril fijando su muerte en el año 19 de Tiberio, que era el 33 de la Era acostumbrada de su Natividad, lo que llamamos nuestra época, según la cual contamos hoy 2016. Si nos ajustamos a este cálculo el Salvador hubiera vivido 36 años, 3 meses y 10 días, fijando su nacimiento un 25 de diciembre del año 41 Juliano, 4 años y 8 días antes del principio de nuestra época.
Otros, son de la opinión, de que el Salvador murió un 25 de marzo, pero estos no pueden probar que el día fuese viernes, pues no lo pudo ser desde el año 12 de nuestra época, en que Jesús tenía sólo 17 años.
Aún se puede ofrecer mayor dificultad a este cálculo, si se pretende unir este 25 de marzo con el año 31, en que ciertamente cayó en domingo. No obstante, y ya desde los tiempos de los Padres de la Iglesia, algunos como Tertuliano (160-220) veneraban este día como el verdadero de la muerte del Salvador, si bien ajustándole a pesar de una más que evidente incompatibilidad con el Consulado de Rubelio y Rufo, que fue el año 29 de nuestra Era. Aun así, este criterio del 25 de marzo prevaleció en el siglo IV y en los siguientes, como consta en los Martirologios Geronimianos y otros del siglo IX.
Yendo un poco más allá, los Martirologios Latinos y Menologios Griegos que dataron la muerte del Salvador en el día 23 de marzo daban por indudable la opinión de que resucitó el 25. Los que así juzgan establecen este hecho en el año 31 de nuestra Era. Y como en los primeros tiempos de la Iglesia solían celebrarse estos dos acontecimientos en un mismo día, o también ambos a un tiempo en los tres días que van desde el Viernes Santo al Domingo de Pascua, algunos en esa época consideraron como cosa sin mucha importancia esta diferencia del 23 o el 25 de marzo. Pero como rara vez pasaba que el día auténtico de la Pasión y de la Resurrección cayesen justamente en el de su festividad, cuando así estaba determinado según el calendario solar, se procuró que la festividad fuese movible según el calendario lunar; así se pensaba por lo menos, que lo habían hecho los Apóstoles y los primeros cristianos en Judea, hasta la destrucción de Jerusalén. Sólo entonces, se fijó el viernes para celebrar la Pasión y el domingo para la Resurrección, aunque es verdad que, no todos los Apóstoles siguieron esa regla, y ahí están los ejemplos de San Felipe y de San Juan para confirmarlo; por cierto, ejemplos que alegaron después los de Oriente para conservarse en su antigua costumbre de celebrar la Pascua en la luna catorce de marzo.
Pero fuera como fuese, y echa ya movible esta festividad; y además, siendo como era la llave de las demás; y para que todas las iglesias particulares se concertasen en esto, se estableció el modo de celebrarla conjuntamente.
Un fin tan importante fue anunciado por la Santa Sede a los Obispos, para que por este medio, -como dice el Papa San León- llegase a noticia del clero y del pueblo: con este objeto, el mismo Pontífice envió Letras Apostólicas a los Obispos de Francia y España.
Todo lo que a partir de aquí quiera variarse en la traslación y supresión de los Oficios, debe sujetarse en todo, al juicio y determinación de la Iglesia.