Acuerdo de los Cuatro Evangelistas sobre la Resurrección de Jesucristo
Roberto Jiménez Silva
Teólogo Seglar
Desde que comencé estas series de “Historias para no olvidar,” cada una de ellas he querido que terminase con un artículo sobre la Resurrección de Jesucristo. Véase en la serie (I) nº 7.- El triunfo de Jesús sobre la muerte. Y en la (II) nº 14.- El Dogma de la Resurrección de Jesucristo. Y es que es este un tema tan importante, como ciertas las palabras de San Pablo: Si Jesucristo no resucitó vana es nuestra fe. Quisiera en éste último artículo de la serie (III) nº 21 ratificar la verdad de éste misterio, examinando el acuerdo admirable que se deja notar en los cuatro evangelistas. Me he detenido principalmente, y por éste orden, en el capítulo 16 de San Marcos, el 28 de San Mateo, el 20 de San Juan y el 24 de San Lucas. Una primera y señalada exégesis nos revela que, no existe entre ellos la menor contradicción. Cada uno refiere este portentoso suceso del modo que a continuación enunciamos:
(Mc.16,1-8) Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro. Se decían unas a otras: << ¿Quién nos retirará la piedra de la puerta del sepulcro? >> Y levantando los ojos ven que la piedra estaba ya retirada; y eso que era muy grande. Y entrando en el sepulcro vieron a un joven sentado en el lado derecho, vestido con una túnica blanca, y se asustaron. Pero él les dice: << No os asustéis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el Crucificado; ha resucitado, no está aquí. Ved el lugar donde le pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo. >> Ellas salieron huyendo del sepulcro, pues un gran temblor y espanto se había apoderado de ellas, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo.
(Mt. 28,1-8) Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto se produjo un gran terremoto, pues el Ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Los guardias, atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. El Ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: << Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id en seguida a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea, allí le veréis. Ya os lo he dicho. >> Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.
(Jn.20,1-18) El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: << Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto. >>
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no había comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos entonces volvieron a casa.
Estaba María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: <<Mujer, ¿por qué lloras?>> Ella les respondió: <<Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto. >> Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era Jesús. Le dice Jesús: <<Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?>> Ella, pensando que era el encargado del huerto le dice: <<Señor, si tú lo has llevado dime dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. >> Jesús le dice: <<María. >> Ella se vuelve y le dice en hebreo: <<Rabbuni>> -que quiere decir: Maestro>>-. Dícele Jesús: <<No me toques, que todavía no he subido al Padre. Pero vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios>> Fue María Magdalena y dijo a los discípulos que había visto al Señor y que había dicho estas palabras.
(Lc.24,1-8) El primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro, y entraron, pero no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Como ellas temiesen e inclinasen el rostro a tierra, les dijeron: << ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló cuando estaba todavía en Galilea, diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de los pecadores y sea crucificado, y al tercer día resucite.>> Y ellas recordaron sus palabras.
De los textos que hemos señalado se desprende un admirable acuerdo de los cuatro Evangelios acerca del suceso milagroso de la Resurrección de Jesucristo. Aunque la doctrina de la fe que trae uno de los evangelistas, es la misma que se halla en los otros tres, es una constante que entre los cuatro no guardan siempre el mismo orden en la narración de los hechos. Por eso precisamente, es digno de mencionarse que se encuentre éste acuerdo, éste orden maravilloso al referirnos los cuatro evangelistas éste episodio. San Agustín le llama: milagro de los milagros, y misterio al que están ligados todos los demás que cree y confiesa la Santa Madre Iglesia. Ella pregona a los cuatro vientos que el Hijo de Dios ha resucitado; por lo tanto, cree que fue concebido por el Espíritu Santo, que nació de Santa María Virgen, que vivió entre los hombres, que padeció, que murió, y que es verdadero Dios y verdadero hombre. El que cree que ha resucitado por su propia virtud no duda de su divinidad, y que la vida está en él, y es la misma vida, según el testimonio del evangelista (Jn.5,6) Porque, como el Padre tiene vida en sí mismo, así también le ha dado al Hijo tener vida en sí mismo. Que ha establecido su Iglesia, y en Él se han cumplido todas las figuras y profecías; no duda de nuestra resurrección futura, ni de la verdad de todas sus promesas.
Precisamente por esto, los Apóstoles reducían al parecer todas las pruebas de los misterios de Jesucristo, y de la verdad del Evangelio a la Resurrección del Señor. Dice San Pedro (1P.1,20-21) …Cristo, predestinado antes de la creación del mundo y manifestado en los últimos tiempos a causa de vosotros; los que por medio de él creéis en Dios, que le ha resucitado de entre los muertos y le ha dado la gloria, de modo que vuestra fe y vuestra esperanza estén en Dios. Este era el asunto principal de su predicación. (Hch.4,33) Los Apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús.
Si convencen a los judíos que aquél que han crucificado y hecho morir es el Mesías, el gran Profeta que Dios les había enviado, se sirven como medio de la Resurrección del Salvador; y no pueden darles pruebas más claras de esta verdad que los milagros que hacen en su confirmación; a lo que sigue la conversión del mundo, que es otra nueva prueba, y al mismo tiempo el divino fruto de la Resurrección de Jesucristo. De esta manera el Señor hizo salir la luz de las tinieblas del sepulcro, para iluminar todo el universo. Así, se ha cumplido el vaticinio del hijo de Amós, que anunció sería su sepulcro glorioso: Aquél día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa. (Is.11,10)
Todos los reparos expuestos desde Celso, -quien ya polemizaba con esto desde el siglo II (d.C.)-, pasando por el mismo Renan, -filósofo e historiador francés del siglo XIX, quien se atrevió a calificar a Jesús de Nazaret como “anarquista,”- hasta las consabidas publicaciones de ciencia-ficción como el Código da Vinci, lo que han intentado ha sido oscurecer la importante verdad de la Resurrección de Jesucristo. Y esta misma verdad, fundamento de nuestra fe y nuestra esperanza, está apoyada en las palabras del mismo Dios, en el testimonio auténtico, incontestable de los cuatro evangelistas; cuyo admirable y reconocible acuerdo, no deja motivo para la duda; por lo tanto, Caballeros Penitentes de Cristo Redentor, es preciso creer en la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.