Antiguos cultos de la Iglesia en el Sábado Santo (19)

Antiguos cultos de la Iglesia en el Sábado Santo

Roberto Jiménez Silva
Teólogo Seglar.

En el Sábado Santo, la Iglesia celebra el misterio del Sepulcro de Jesucristo y de su bajada al Limbo. Antiguamente el Oficio de éste día no se acababa hasta después de la hora de Nona, que era hasta ponerse el sol, y entonces empezaba la gran Vigilia Pascual, cuyo Oficio ya de antiguo, era muy largo, porque la lectura de las Profecías, las ceremonias, las oraciones y la administración del bautismo a los catecúmenos ocupaban todo el tiempo hasta el amanecer. A estos oficios asistían los fieles, y pasaban toda la noche en ejercicios de devoción. Después se decía la Misa, en que comulgaban los asistentes. Aún hoy, esta disposición se observa en la Iglesia Ortodoxa griega, mientras que la Iglesia Latina por justas y legítimas causas tuvo a bien quitar las vigilias nocturnas; así desde su prohibición, el Oficio de éste día se anticipó a la tarde anterior, y el de la Vigilia de Pascua a la mañana del Sábado Santo. Esta es la razón de por qué desde antiguo se concluía el Sábado Santo con el rezo de Nona, empezando enseguida la gran Vigilia de la Pascua. Pero de esta antigua tradición se conserva memoria en nuestro tiempo, cuando en distintas oraciones, incluido el Pregón Pascual, se usa la palabra “noche”.

En la antigüedad, los catecúmenos que iban a recibir el bautismo en el Sábado Santo, acudían al templo a la hora de Tercia, o al mediodía; entonces los catequizaban, hacían el último escrutinio, se santiguaban, les imponían las manos, se les exorcizaba, se les ungía con el óleo de los catecúmenos, hacían la profesión de fe, renunciaban a Satanás a sus pompas y a sus obras, y rezaban el credo. Concluidas estas ceremonias les despedían, avisándoles a la hora en que debían volver a recibir el bautismo.

El Oficio del Sábado Santo empieza por la bendición solemne del fuego. En otros tiempos éste se sacaba todos los días del pedernal, entre otras cosas, porque no quedaban encendidas las lámparas después de concluidos los oficios divinos. Sacado el fuego del pedernal, con él se encendían las luces que habían de alumbrar durante los Oficios nocturnos y que llamaban Oficio Lucernario. San Basilio narra que al tiempo de encender las lámparas se cantaban alabanzas a Dios diciendo: Alabamos al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. De aquí nació la costumbre en la Iglesia Latina de cantar: Lumen Christi, y responder el coro Deo gratias, al tiempo que en honor de la Santísima Trinidad se encendía la vela, que estaba dividida en tres ramos.

En España, y por una antiquísima costumbre, se hacía ya la solemne bendición del cirio pascual el Sábado Santo, en representación del sagrado misterio de la Resurrección del Señor, según señala el IV concilio de Toledo, iniciado el 5 de diciembre del 633, en presencia del rey Sisenando, y bajo la dirección del obispo de Sevilla, Isidoro. Se celebró en la iglesia de Santa Leocadia, construida por orden del anterior rey Suintila. Asistieron sesenta y nueve obispos.

Y como Nuestro Señor Jesucristo desapareció a los ojos del mundo en su gloriosa Ascensión, esta es la razón, de por qué no se enciende el cirio pascual después de la Ascensión del Señor.

Pero, una curiosidad antigua más. Antes de que se inventase la imprenta se marcaba en el cirio pascual un breve calendario del año de la Encarnación de Jesucristo, de la creación del Pontífice, del Obispo Diocesano, y del reinado del Monarca.

Las doce Profecías que se cantaban en éste día, tenían un sentido moral en orden a los nuevos bautizados:

1. Que el hombre renace en el Bautismo a la vida espiritual.
2. Que en el Arca está figurada la Iglesia.
3. Que la vida del cristiano debe ser una vida de sacrificios y de trabajos.
4. Que borrados los pecados por las aguas del Bautismo, camina el cristiano a la tierra celestial de promisión.
5. Que el Bautismo hace hijos adoptivos de Dios y herederos del reino celestial.
6. Que la sabiduría del cristiano debe ser la continua meditación y puntual observancia de la ley de Dios.
7. Que si muere el cristiano por el pecado, resucita por la penitencia.
8. Que en el Bautismo, se hace el alma, esposa de Jesucristo, de quien toma el nombre de cristiano.
9. Que el Cordero de Dios inmolado en la Cruz, y existente en la Eucaristía, es nuestro espiritual alimento.
10. Que nos explica los efectos de la penitencia.
11. Que debemos observar exactamente la ley del Señor y darle gracias por sus beneficios.
12. Que debemos conservar firme la fe en medio de las mayores tribulaciones.

El Sacramento del Bautismo, aún en los primeros tiempos de la Iglesia, se administraba siempre que fuese necesario. El libro de los Hechos de los Apóstoles está lleno de ejemplos; no te pierdas algunas lecturas al respecto como:

(Hch. 8,26-40) Felipe bautiza a un eunuco.
(Hch. 9,1-19) Vocación de Saulo.
(Hch. 10,44-48) Bautismo de los primeros gentiles.
(Hch. 16, 1-40) Misiones de Pablo.

Esta práctica duró hasta que la Iglesia dejó de ser perseguida y entró en la paz de Constantino con el Edictum Mediolanense, conocido también como la tolerancia del cristianismo, y que fue promulgado en Milán en el año 313; en él se establecía la libertad de religión en el Imperio Romano, dando fin a las persecuciones dirigidas por las autoridades contra ciertos grupos religiosos, particularmente los cristianos. El edicto fue firmado por Constantino I el Grande y Licinio, dirigentes de los imperios romanos de Occidente y Oriente, respectivamente. Y entonces se erigieron baptisterios o pilas bautismales en las Iglesias Catedrales, y se ordenaron las ceremonias litúrgicas que usa la Iglesia.

En tiempos de los Apóstoles, ya se observa en la Iglesia el rito de bendecir las aguas del Bautismo. Esta bendición, a principios del cristianismo, consistía en una simple deprecación con la señal de la cruz. Después del Edictum Mediolanense se establecieron en la Iglesia varias ceremonias para la mayor solemnidad de esta bendición.

Cuando el Bautismo solemne sólo se administraba en las Pascuas de Resurrección y Pentecostés, se administraba de esta manera:

Después de la bendición de la pila bautismal el padrino presentaba al Obispo el varón, y la madrina a la mujer, que habían de recibir el Bautismo. Luego les preguntaba el Obispo qué nombre querían tomar, les examinaba de todos los artículos de la fe, a cuyo examen contestaban diciendo “creo”; les interrogaba a continuación sobre si querían recibir el Bautismo, y respondiendo afirmativamente daba principio a la administración de éste Sacramento. Después de bautizar el Obispo a dos o tres, mandaba a los Sacerdotes y Diáconos que continuasen bautizando a los demás. Mientras lo hacían, el Obispo se revestía para celebrar la Santa Misa. Concluida la ceremonia del Bautismo vestían a los que acababan de recibirle con una túnica blanca, que llevaban toda la semana de Pascua, y de éste modo se presentaban ante el Obispo, y éste les confería el Sacramento de la Confirmación. Realizado todo esto se dirigían procesionalmente hacia el altar cantando las letanías y al llegar al verso Agnus Dei qui tollis… encendían la vela que cada uno tenía en su mano, y no la apagaban hasta concluir la Misa, en señal de haber recibido la luz de la fe. Es por esta antiquísima tradición por lo que previenen las rúbricas del ceremonial que si hubiere de administrarse el bautismo en la Semana Santa se suspensa hasta el sábado.

Después de haber bautizado a los catecúmenos se celebraba la Santa Misa con mucha solemnidad, al amanecer. En ella se omitía el Introito, como por otra parte, se hacía en todas las Misas que se celebraban inmediatamente después de los Oficios, por estar el pueblo congregado ya en la Iglesia. Al Evangelio, no se llevaban los ciriales por estar alumbrada la Iglesia con muchas luces. Tampoco se daba la Paz, porque los fieles, antes de empezar los Oficios de la Pascua, se saludaban mutuamente con el beso de la paz, diciendo: El Señor ha resucitado. En esta Misa comulgaban los recién bautizados, después del Sacerdote, y de todo el Clero, pero antes que el pueblo. A los niños se les daba solamente el Sanguis con una cucharita, y así a estos, como a los neófitos, se les daba leche y miel benditos, como tratándoles de infantes recién nacidos a la vida de la gracia, según la expresión de San Pedro (1P. 2,2) “Como niños recién nacidos, desead la leche espiritual pura, a fin de que, por ella, crezcáis para la salvación.”

De entre todos los autores consultados y que han conservado estas noticias que hemos escrito, citaremos al Doctor de la Sorbona, Teólogo y Liturgista, Jean Grancolas (1660-1732). Al Papa Benedicto XIV (1675-1758) en su De festis, de sanctorum Missae sacrificio (1748). Y entre otros varios, que sería muy extenso enumerar, los discursos y artículos del P. Honorato de Santa María. (tom.3. lib.5. diss.2. a.1. part.2; y arts.5 y 4. part.1.)

 

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