Antiguos comentarios recogidos sobre la Semana Santa (17)

Antiguos comentarios recogidos sobre la Semana Santa

Roberto Jiménez Silva
Teólogo Seglar

En el afán de servir a nuestros hermanos a través de estas “Historias…” he investigado sobre unos antiguos comentarios sobre la Semana Santa, concretamente a través de un ritual de 1845, y que voy a poner a disposición de todos.

Domingo de Ramos

Este fue el nombre que se le dio al sexto domingo de Cuaresma, esto es, la bendición y procesión de los ramos que preceden a la Santa Misa. Antiguamente se le llamó: Dominica competentium, porque en él los catecúmenos iban juntos a pedir al Obispo el bautismo que se les administraba el sábado siguiente con la mayor solemnidad; también he encontrado que antiguamente, como en éste domingo se lavaba la cabeza a dichos catecúmenos, en muchos sacramentarios lo denominan: Dominica in capitilavio.

Para que seamos conscientes cuando nosotros lo celebremos, hay que decir que la procesión de éste día es muy antigua, pues ya encontramos que en el siglo VI era conocida con el nombre de Procesión de las palmas. Esta era, y sigue siendo, precedida por la bendición solemne de los ramos; desde antiguo, se prefieren los de palma y olivo en los países que los producen, por ser muy conformes al texto del Evangelio; donde no hay pueden sustituirse por: laurel, bog, etc.

La bendición de los ramos posee un ceremonial particular; antiguamente, era una de las llamadas misas secas. Éste nombre se le daba hace unos cuantos siglos a un simulacro de sacrificio en el que ni se consagraba ni se comulgaba. A continuación transcribo a Durando de Mendo, quien nos informa de cómo se decían estas misas en el siglo XIII: El sacerdote se revestía de todos los ornamentos sacerdotales y comenzaba la misa, continuándola con las ceremonias ordinarias hasta el fin del ofertorio, en el cual se omitía todo cuanto hace relación al Sacrificio. Así no había sobre el altar ni cáliz, ni hostia; se omitía la Oración Secreta y se cantaba o rezaba el Prefacio. Después omitiéndose todo el Cánon se pasaba al Pater Noster, se decía Pax Domini, el Agnus Dei, y de aquí se pasaba a las oraciones de la postcomunión y concluía la misa del modo ordinario.

También conocemos que esta especie de misa se decía al caer la tarde en todos los entierros que no habían podido hacerse por la mañana; en algunos escritos antiguos encontramos la misma misa con el nombre de misa náutica o naval, y todo, porque era la única que se permitía por entonces celebrar en la mar. De esto, tenemos referencias de que San Luis Rey de Francia al volver de Tierra Santa levantó en su barco real una capillita, donde guardaba el Santísimo Sacramento, y en donde todos los días asistía a una misa seca que celebraban sus capellanes. En 1587 Genevrardo refiere que asistió en Turín a una misa seca donde se cantó solemnemente con diácono y subdiácono en las exequias de un personaje ilustre que se enterró al anochecer. Un hombre como Bocquillot que escribió en el siglo XVII, dice que en su tiempo todavía se usaban las misas secas en la región francesa de Auvernia. Después cayó enteramente en desuso bajo el anatema de la Iglesia que las proscribió para evitar los enormes abusos que en ellas había introducido la codicia y la ignorancia de algunos malos sacerdotes, convirtiéndolas en misas que llamaban bifaciatas y trifaciatas, es decir, de dos o tres caras, con el objeto de obtener doble o triple limosna.

Después de la bendición y procesión de los ramos, sigue siendo costumbre que se lleven a las casas y se guarden respetuosamente como objetos santificados con una de las más solemnes bendiciones de la Iglesia; de hecho, en prácticamente todos los rituales se prescribe que, de la quema de estas palmas y ramos se tomen las cenizas que han de bendecirse e imponerse a los fieles en el Miércoles de Ceniza del año siguiente.

La Procesión de Ramos desde antiguo es una representación conmemorativa de la entrada triunfante de Cristo Redentor en Jerusalén. Hemos recogido de la antigüedad que ésta procesión acostumbraba a salir fuera de los muros de la ciudad, y al regresar se verificaba ante sus puertas lo que en nuestro tiempo tiene lugar ante la puerta de la iglesia.

Me atrevería a decir que antiguamente la representación era mucho más expresiva, o al menos estaba más acorde con las palabras del ritual que se cantaba:
Antes de entrar en la Iglesia la procesión, se canta el Himno: Gloria Laus et honor, sobre el cual, -señalo la referencia de un autor francés-, que escribe que le compuso Theodulpho, Obispo de Orleáns, en la prisión de Angérs; en donde se hallaba presumiblemente, por haber tomado parte en una conspiración contra el Rey. Cuenta la historia que, al pasar por debajo de la ventana de su prisión el Rey con la procesión del Domingo de Ramos, el Obispo Theodulpho comenzó a cantar éste himno, que agradó tanto a su Majestad quien le mandó poner en libertad.

En la misa de éste día el Evangelio que se lee, corresponde a la Pasión del Señor según San Mateo. Antiguamente, y seguramente en señal de tristeza se suprimen las luces, el incienso y el Gloria tibi Domine. El oficio de esta semana se diferencia bastante del de los demás días del año; se cree que estas diferencias son debidas a su mucha antigüedad, de modo que no se hayan introducido, sobre todo a lo que concierne a los últimos días, las variaciones que poco a poco se han ido introduciendo en el oficio eclesiástico.

Miércoles Santo

De entre las curiosidades encontradas en el ritual de 1845 no me resisto a transcribir con todo lujo de detalles, cómo se celebraba el llamado Oficio de Tinieblas:

El Miércoles Santo se deberá tener cuidado en preparar a primera hora de la tarde lo siguiente: seis velas de cera blanca colocadas en la forma ordinaria sobre el altar. Un candelero grande triangular en el sitio en que el Subdiácono se coloca para cantar la Epístola, y junto a él un apagador. En el candelero triangular se colocan quince velas, siete a cada lado y una en el vértice del triángulo. Las catorce de los lados suelen ser de cera amarilla, la superior de en medio siempre es blanca. Debe preparase además un atril desnudo para cantar las lecciones, y un banco o más igualmente desnudos para los cantores. Además deberá haber preparados en la iglesia suficiente número de luces, sobre todo si la solemnidad del canto, hiciese creer que el oficio puede concluirse entrada ya la noche, para que al apagarse las del altar no quede la iglesia enteramente a oscuras, lo que podría dar lugar a irreverencias, y acaso profanaciones. Las cuatro o las cinco, según viene más pronto o más tarde la Semana Santa, es la hora en que por lo regular se da principio al Oficio de Tinieblas en el Miércoles Santo.
Cinco minutos antes se encienden las velas del altar mayor y las quince del tenebrario; acto continuo entra el clero en el coro, precediendo los más dignos; se hace al altar la debida salutación, y se omiten las que mutuamente suelen hacerse en otras ocasiones los individuos de la clerecía. El “Aperi” le dirán todos de rodillas, y de pie el “Pater Noster, Ave María y Credo”.
Dada la señal por el presidente comienzan los cantores la primera antífona, y concluida entonan el salmo. Después que se comienza el primer verso toman asiento todos, se cubren, y no se levantan ya en todo el Oficio hasta el “Benedictus” de los Laudes, a no ser para rezar el “Pater Noster” antes de las lecciones de cada nocturno. Los cantores no deben dejar sus asientos para cantar los versos antes de las lecciones; tanto las lecciones como los salmos se concluyen con una inflexión particular de voz. El “Benedictus” se canta de pie y con más solemnidad que el resto del Oficio. Todo el clero se pone de rodillas cuando se canta el “Christus factus est…” y así permanecen hasta el fin del Oficio. El oficiante comienza el “Miserere…” que se canta semitonado alternando a coros sin ninguna inflexión de voz. Concluido el salmo dice el oficiante de rodillas y con la cabeza un poco inclinada con el mismo tono de voz la oración “Respice…” hasta las palabras “qui tecum…” que pronuncia en voz baja. Acabada la oración se hace un poco de ruido, y concluido éste todos se levantan y salen del coro.
Después del primer salmo el acólito designado para apagar las velas se levanta, hace al altar la debida genuflexión o reverencia, y tomando el apagador apaga con él una de las velas del candelero triangular comenzando por la más baja del lado del Evangelio; acabado el segundo salmo hace lo mismo y apaga la más baja del lado de la Epístola; y así continúa apagando de uno y otro lado alternativamente al fin de cada uno de los salmos de maitines y laudes. A estas palabras del cántico “Benedictus ut sine timore…” apaga una de las velas del altar, la que está más apartada de la cruz en el lado del Evangelio; pasa en seguida al lado de la Epístola haciendo la correspondiente genuflexión o reverencia al pasar por en medio del altar, y al concluirse de cantar el verso siguiente apaga la vela más apartada de la Cruz en el lado de la Epístola; y así continúa al fin de cada verso apagando una vela alternativamente de cada lado de modo que todas las del altar queden apagadas al concluir el cántico. Al repetirse la antífona del “Benedictus…” toma del candelero triangular la vela del ángulo, única que había quedado encendida, y teniéndola un poco elevada se arrodilla al lado de la Epístola. Cuando los cantores comienzan el “Christus factus est…”esconde esta vela detrás del altar o en otra parte sin apagarla, y al comenzar el “ruido” la hace reaparecer y la coloca en su sitio sobre el candelero triangular. En esta ocasión no debe haber ni en el coro ni en la capilla en donde se hacen los Oficios, otra luz, a no ser la lámpara del Santísimo Sacramento, que nunca debe apagarse hasta el Sábado Santo. En el cuerpo de la iglesia, si las tinieblas concluyesen cuando ya no hay luz natural, puede y debe haber algunas luces para evitar irreverencias. Todo el Oficio de Tinieblas se hace lo mismo en los dos días siguientes al miércoles, sólo con la diferencia de que el altar no debe tener sabanilla alguna, ni tapiz o alfombra.

Después de investigar en distintos autores, son varios los significados que otorgan a la ceremonia de apagar sucesivamente las velas del tenebrario y aún del altar. Para algunos, esto no carece de significado místico, y ven en la oscuridad que gradualmente se va aumentando la tristeza de la Iglesia cada vez mayor cuando recuerda los sufrimientos del divino Salvador. Otros por su parte creen, que se ha conservado esta práctica desde los tiempos antiguos, en que éste oficio se cantaba durante la noche y concluía al amanecer, y así, a medida que la luz del día venía, se apagaban las velas que ya no se juzgaban necesarias.

También sobre el significado del “ruido” existen diversos criterios. Algunos creen que es una representación del tumulto que hubo en Jerusalén cuando murió el Salvador; otros son del parecer de que no es más que una señal que da el oficiante y los demás repiten, para hacer saber que el oficio se ha terminado, atendiendo que el Oficio de tinieblas se terminaba en voz baja y sin luz. He encontrado que en algunos breviarios antiguos se explicaba de éste modo: Fit strepitus a celebrante in signum exeundi.

Jueves Santo

La festividad del Jueves Santo es conmemoración de la Última Cena que Nuestro Señor Jesucristo realizó con sus discípulos la víspera de su Pasión, cuando instituyó el Santísimo Sacramento del Altar. Lo que he investigado es que en algunas iglesias toledanas se celebraba la misa del Jueves Santo por la tarde inmediatamente después de comer. Y lo curioso es que esta costumbre ya existía en África en tiempos de San Agustín que habla de ella como destinada a renovar la memoria de la cena en que Nuestro Señor instituyó la Eucaristía. Posteriormente el Concilio de Cartago reformó esta costumbre. Los términos que emplean los evangelistas al hablar de este Seder de Pesah resultan de difícil comprensión para todos aquellos que no tienen presente algunos usos del mundo hebreo. Por ejemplo:

Para comer, ellos no se sentaban en sillas, sino que se recostaban más bien, sobre una especie de camas, apoyándose sobre el codo. Así es como hacían sus comidas Nuestro Señor y sus discípulos. Únicamente sabiendo esto se puede comprender el sentido de las palabras del Santo Evangelio según San Lucas (7, 36-50) cuando nos habla en ése pasaje de la pecadora arrepentida: Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume. O cómo pudo San Juan recostar su cabeza sobre el pecho del divino Maestro. (Animo a quien quiera ir más allá en esto, que lea lo que al respecto, escribió con la maestría que acostumbra Benedicto XIV en su tratado de las fiestas.)

Según el Evangelio de San Juan, antes de cenar Jesús lavó los pies a sus discípulos; para esto se despojó de sus vestiduras, y se ciñó un lienzo a la cintura con el cual debía secarlos. Este episodio prueba, entre otras cosas, la gran humildad de Jesucristo; porque tenemos que saber que en ésa época, únicamente los esclavos hacían esto.
Generalmente, este mandato del lavatorio de los pies que se tiene costumbre de hacer el Jueves Santo, lo practicaban el Papa, los Obispos, aún los Reyes y otros personajes de relieve. Pero éste uso en la iglesia es muy antiguo. Esto es lo que he averiguado:

El Concilio de Toledo en el año 694, manda ya a los Obispos que lo practiquen, y condena a los que lo omitan a ser privados de la comunión durante dos meses. En Roma también, éste ceremonial se observa desde los primeros siglos, aunque con ciertas modificaciones a medida que han transcurrido los siglos.
Hubo un tiempo en que el Santo Padre lavaba los pies a doce Diáconos; posteriormente acostumbró a lavarlos a doce pobres e indigentes; pero hace ya mucho tiempo que los favorecidos son doce sacerdotes que se eligen de diferentes naciones. Después del lavatorio sirve el Papa la comida a los pobres sacerdotes, y por lo menos en 1845 aún les entregaba a cada uno una moneda de oro y otra de plata. Esta es la conmemoración de aquél que dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón. (Mateo. 11,29)

También he encontrado que ciertos monjes venidos de Jerusalén a Montecassino trajeron como reliquia un trozo del lienzo usado por Jesús en el lavatorio; para probar su autenticidad, le arrojaron en el fuego, y después de haberlo visto quemarse por entero y apartados los rescoldos, volvió a encontrarse el lienzo íntegro. Leo Marsicanus que fue monje en Montecassino en 1061 confirma éste hecho. Esto me recuerda el llamado Juicio de Dios celebrado en Toledo con los misales romano y mozárabe arrojados al fuego para saber cuál era el verdadero, y de donde el mozárabe salió indemne, lo que refleja un cuadro colocado en la iglesia mozárabe de San Lucas (Toledo)

En cuanto al momento preciso en que Nuestro Señor lavó los pies a los discípulos hay diversos pareceres. Algunos especialistas y exégetas son del criterio que la cena debió preceder al lavatorio. Otros piensan lo contrario. Y los dos fundándose en la narración evangélica. Y hay quien para reconciliar estas dos posturas, es de la opinión de que en realidad hubo “dos cenas”; la primera la legal, en la cual Jesús con sus discípulos, come, como preceptuaba la ley mosaica el cordero pascual, y la segunda la Eucarística. Así ésta opinión, que es la más común entre los especialistas, explica que entre estas dos escenas es cuando tiene lugar la escena del lavatorio de los pies.

Otra cuestión importante es la siguiente: según aclara el ritual de 1845 que estamos siguiendo, y atendiendo al día en que tuvo lugar la última cena, Jesús consagró con pan ácimo; sin embargo, y según éste antiguo ritual: la Iglesia no ha definido la invalidez de la consagración de pan fermentado; y consta por el Concilio de Florencia en 1439, que los griegos, que usan el pan ácimo, consagran válidamente; y el Concilio Vaticano II también autorizó la utilización del pan fermentado.

Una última cuestión a propósito de la última cena… ¿Recibió también Judas, el traidor, el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo? Aunque parezca una pregunta superficial, esta cuestión ha sido objeto de grandes controversias entre los teólogos y exégetas. No vamos a ser nosotros aquí los que aclaremos esta cuestión del debate, pero sí al menos, ponerla sobre la mesa. Los Evangelistas Mateo, Marcos y Lucas señalan de manera clara, que Nuestro Señor Jesucristo comió el cordero pascual con sus doce apóstoles; pero lo que ya no está tan claro es que todos, los doce, asistiesen a la Cena Eucarística. El Papa Benedicto XIV, quien fue un gran reformador de la educación de los sacerdotes, del calendario de las fiestas de la Iglesia, de la liturgia y de muchas instituciones papales, y apoyándose, según deja escrito, en la autoridad de gran número de santos padres y teólogos, opina que: Judas asistió a la cena eucarística y comulgó con los demás apóstoles.

Sólo al cristianismo pertenecen estos sublimes episodios, hijos de un sentimiento religioso de igualdad, respecto de los cuales hoy en el mundo, sólo se percibe, -como mucho-, la parte teórica.

Deja un comentario