Camino de la Cruz (16)

Camino de la Cruz

Roberto Jiménez Silva
Teólogo Seglar.

El Capítulo de Caballeros Penitentes de Cristo Redentor incorporó a la devoción de sus hermanos desde la fundación el rezo o meditación del santo Vía-Crucis.

Su inicio.- Cuando aún no se habían borrado todavía las pisadas teñidas de sangre en el Camino de la Cruz recorrido por Cristo Redentor desde el Cenáculo al Calvario, ya se distingue con devoción a la primitiva cristiandad de la reciente Iglesia quedar ensimismados ante ellas, en una insondable reflexión del padecimiento que revelaban. Una generosa costumbre nos habla de que la Santísima Virgen fue la que inició esta venerable práctica el mismo día de la Pasión. Quiere la tradición que, inmediatamente después del tristísimo encuentro con su magullado Hijo, se abandonó en brazos de las mujeres que la acompañaban retirándola de aquél lugar, conduciéndola a la mansión de Lázaro. Pero la ternura, el ardoroso amor de estar junto a Cristo Redentor y no desatenderle, le procuraron un ímpetu maravilloso para ir de nuevo en su busca. Así lo cuenta la inspirada Ana Catalina Emmerick beatificada por el Papa y Santo Juan Pablo II el 3 de octubre de 2004.
(Libro recomendable: La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Escrito que relata las visiones de la Beata Ana Catalina Emmerick.)

Yo vi a aquellas piadosas mujeres, cubiertas con sus velos, llegar hasta el foro sin atender a las injurias del populacho, besar la tierra en el sitio en que Jesús cargó con la Cruz y después seguir el camino que Él mismo había seguido. María buscaba las huellas de sus pies; iluminada interiormente, contaba todos sus pasos e indicaba a sus compañeras los lugares consagrados por alguna dolorosa circunstancia.

Mientras la Santísima Virgen residió en Jerusalén jamás desistió, desde la muerte de su Hijo, de visitar aquellos lugares y de empapar con sus llantos los sitios en que había sufrido tanto; en numerosas ocasiones vivió “paso a paso” toda esta tragedia y su amor la empujó a una contemplación inacabable de la Vía Dolorosa, del Camino de la Cruz, del Vía-Crucis. Y cuando se trasladó a Éfeso instaló una especie de Vía-Crucis a un buen trecho detrás de su casa en la misma vía que llevaba al monte.

Yo la vi diariamente, a poco de su llegada, entregarse a las meditaciones de la Pasión, siguiendo el camino que llevaba hasta lo alto de la montaña. Al principio iba sola, y medía, con el número de pasos que tantas veces había contado, la distancia entre los diversos lugares donde había ocurrido algún incidente de la Pasión del Salvador. En cada lugar de estos, erigía una piedra, o si allí había un árbol le hacía una señal. El camino conducía hasta un bosque, en donde una altura representaba el Calvario, y una grieta en otra altura, el Santo Sepulcro.

Fraccionado así en estaciones el Vía-Crucis, lo andaba sumida en una silenciosa contemplación. Deteniéndose en cada lugar que conmemoraba un suceso de la Pasión, madurando en su corazón su misterioso significado, al tiempo que daba gracias al Señor por su amor, derramando lágrimas de piedad.

La vi escribir con su punzón, en cada una de las piedras, la indicación del lugar que representaba, el número de pasos y otras cosas semejantes. También la vi limpiar la gruta del Santo Sepulcro y disponerla de manera que se pudiera orar cómodamente. No vi en las estaciones imágenes ni cruces fijas. Eran sencillamente piedras conmemorativas.

Este es el inicio de esta piadosa religiosidad que, como decíamos, el Capítulo de Caballeros Penitentes de Cristo Redentor invita a seguir a todos sus hermanos. Aparte del de Jerusalén recorrido por Cristo Redentor, éste fue, sin duda, el primer Vía-Crucis, el levantado por la Santísima Virgen y sin duda también, vivido por el Discípulo Amado, caritativas mujeres y primeros fieles de Éfeso que siguieron a Nuestra Señora en éste ejercicio del santo Vía-Crucis. El que más tarde recorrió San Jerónimo, Santa Paula y su hija, Santa Brígida, San Ignacio de Loyola y tantos otros.

Su Perfección.- Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprocharle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!». Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues, ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta.
Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino». (Evangelio: Mt 16,21-27)

Los pasos de Jesucristo son el Vía-Crucis. Es decir, que la vida de todo Caballero Penitente, a imitación de la de Cristo Redentor ha de ser también un Vía-Crucis. Y practicar el santo ejercicio del Vía-Crucis en el Capítulo, además de seguir sus pasos, es hacer una contemplación meditativa de la Pasión del Señor y un itinerario fundamentalísimo de vida cristiana. Veamos lo que supone:

1) Considerar uno a uno los episodios de la Pasión de Jesús.
2) Llorar con Él.
3) Escuchar su palabra.
4) Agradecer sus lecciones.
5) Aborrecer el pecado
6) Generar desprendidos propósitos de enmienda.
7) Apreciar el sacrificio de un Redentor que nos ama.
8) Aprovecharnos de los méritos de Cristo y enriquecernos con ellos.

¿Quién de los que esto lea puede calcular el valor, el beneficio espiritual de esta piadosa religiosidad?
San Vicente Ferrer decía en uno de sus Sermones: Vale más meditar en la Pasión de Jesús, que ayunar a pan y agua y desgarrarse las carnes con sangrientas disciplinas.

En una de las revelaciones a la Venerable Clarisa del siglo XVI Sor María de la Antigua se le dice: El Vía-Crucis es el Trono sobre el que reposa la Santísima Trinidad y que las almas que se acogen a éste Trono, esto es, que practican con frecuencia éste santo ejercicio, es moralmente imposible que se condenen; que por una sola alma que practique devotamente el Vía-Crucis, el Señor protegerá a todo aquél pueblo donde en esta forma se honrare la memoria de su Pasión Santísima, y será libre de muchos y grandes peligros, así temporales como espirituales.

Todo esto y más han afirmado inspirados Santos: No hay, en fin, cosa que tanto conduzca, para convertir almas a Dios, apartar de los pecados, borrar los cometidos, preservar de cometerlos, y vivir según la forma de la santa virtud, como el sacrosanto ejercicio del Vía-Crucis, y la piadosa meditación de la Pasión de Jesús.

El gran defensor del Vía-Crucis San Leonardo de Porto Mauricio, fraile de la Orden de los Hermanos Menores Reformados de la estricta observancia, Patrono de las Misiones Populares, y que tuvo la gloria de erigirlo en más de quinientas setenta y dos Iglesias, Oratorios públicos y privados, y en el Anfiteatro Flavio o Coliseo de Roma, exclamó: ¡Bendita devoción, madre y reina de todas las devociones, azote del pecado y el mejor remedio contra el contagio de la impureza y de la licencia. ¡Precioso Vía-Crucis, camino útil para todos, justos y pecadores, vivos y muertos, útil para el tiempo y la eternidad!

Su representación.- Es indudable que el Vía-Crucis, en sentido exacto, es la vía por la que caminó Cristo Redentor el día de su Pasión desde el Pretorio de Pilatos al Monte de la Calavera en Jerusalén, y que por esta razón, desde los primeros días del cristianismo hasta nuestros días, innumerables y devotos peregrinos del mundo entero hemos ido a practicar el ejercicio del Vía-Crucis en aquellos Santos Lugares, caminando por los mismos pasos que diera Cristo Redentor. Pero como no todos los cristianos han podido o pueden tener el consuelo de recorrer “in situ” lugares tan venerados, y los que hemos tenido la dicha de visitarlos en varias ocasiones no podemos permanecer allí, como hemos deseado tantas veces, la Santa Madre Iglesia, imitando a la Santísima Virgen y dando satisfacción a la piedad cristiana, eligió y consagró en todas partes, ciertos lugares que, como imagen y representación de la Vía Sacra, pudiesen ser recorridos por todos los fieles trasladándose en espíritu a la Ciudad Santa y siguiendo moralmente los pasos de Jesús.

Éste santo ejercicio del Vía-Crucis consiste pues en hacer, en el lugar consagrado al efecto, catorce estaciones, que comprenden desde el Tribunal de Pilatos hasta la Gruta del Sepulcro, contemplando en ellas los acontecimientos de la Pasión del Señor, según la narración del Evangelio y muy antiguas y respetables tradiciones.

Los Papas: Benedicto XIII (nº 245, entre 1724-1730) Clemente XII (nº 246, entre 1730-1740) Pío VI (nº 250, entre 1775-1799) y León XII (nº 252, entre 1823-1829) concedieron que las cruces bendecidas con facultad pontificia y autorización del Prelado sirvieran para el efecto de ganar las mismas indulgencias concedidas a la Vía Sacra de Jerusalén. Además, son innumerables las indulgencias plenarias y parciales otorgadas al Vía-Crucis por otros Pontífices, por lo que todos debemos caer en la cuenta de beneficiarnos a través del Vía-Crucis, y por los méritos de Jesucristo, del precio infinito de su sangre, vinculado por la Iglesia a tan sólida devoción.

El Capítulo de Caballeros Penitentes de Cristo Redentor suele solemnizar el ejercicio piadoso del santo Vía-Crucis conduciendo la Cruz procesional por la iglesia con el hermano que la porta revestido con hábito reglamentario acompañado de dos jóvenes con faroles encendidos. En éste ejercicio no sólo es indispensable la oración sino también la meditación, por eso, el Consiliario del Capítulo las dirige a todos los hermanos desde el ambón. También, al hacerse el Vía-Crucis en público se acompaña de cánticos, que entona la comunidad de monjas dominicas especialmente al ir de una estación a otra.

Dios quiera que, través de éste artículo, al ser conocidos por todos los hermanos el origen divino del Vía-Crucis, su importancia al practicarle, y los abundantes frutos de salud espiritual y de vida eterna que comporta, veamos incrementado el número de hermanos que lo practican especialmente durante los viernes de Cuaresma.

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