El Cáliz de la Última Cena

El Cáliz de la Última Cena (9)

Roberto Jiménez Silva

¿Qué sabemos sobre esta reliquia?

Esta sagrada reliquia en la que Cristo Redentor convirtió el vino en su sangre la noche de la última cena en el cenáculo de Sión, ha merecido la veneración de los cristianos desde los primeros siglos de la Iglesia, pasando de unos a otros, hasta que en el año 1424 llegó a la Santa Iglesia Metropolitana de Valencia, donde se conserva.

Es de piedra ágata cornerina oriental, matizada con visos de diferentes colores, y está adornada con perlas y piedras preciosas incrustadas en oro.

¿Pero es el mismo Cáliz del que Cristo se sirvió para la institución del Sacramento de la Eucaristía? En que es el auténtico convienen muchos historiadores. Acerca de la tradición más acreditada de cómo llegó a Valencia tan preciada alhaja, expondré los datos que he adquirido.

La hipótesis más fundada, sensata y verosímil, corresponde al Obispo de Córdoba Marcelino Siuri (1717-1731)

Del cáliz era propietario, el padre de familia de la casa en la que se había celebrado la cena pascual. Una morada que quedó habitando, al tiempo que reunía muchas reliquias de la Pasión después de la muerte de su Hijo, la Santísima Virgen.

Antes de la gloriosa Asunción de la Virgen María que ocurrió en presencia de los apóstoles, Nuestra Señora repartió las reliquias entre los mismos, entregándole el Cáliz a San Pedro, como Cabeza visible de la Iglesia, el cual lo llevó consigo a Roma y usó de él para celebrar la Eucaristía, hasta su muerte.

Con esta autenticidad de fe, siguió la preciada y simbólica joya en custodia de los Papas hasta el año 261, en que San Sixto II, sucesor de San Esteban I, y antes de ser martirizado durante la persecución del emperador Valeriano, fue requerido por éste, en el año séptimo de su gobierno para que le entregase los tesoros que conservaba de la Iglesia; ante la gravedad del caso, el Papa mandó a su discípulo y tesorero el Santo Mártir español Lorenzo, natural de Huesca, repartiese las sagradas reliquias entre los cristianos para que no pudiesen ser profanadas.

Cumplió el Santo diácono la orden y presentó a sus pobres y enfermos declarando que tales eran sus “tesoros”. Fue quemado vivo, pero antes, había puesto el preciado Cáliz, acompañado de una carta suya, en manos de otro español que también residía en Roma para que lo trasladase a Huesca.

Así identificado, el Cáliz obtuvo veneración en su iglesia hasta que, por la pérdida de España ante la invasión musulmana, atraída por el gobernador de Ceuta el conde D. Julián, en tiempos del último rey visigodo D. Rodrigo, Audeberto, Obispo de Huesca, rodeado de su clero, el año 713, lo subió a la gruta de San Juan de la Peña habitada por entonces de algunos monjes, estando distante unos cincuenta kilómetros de la población más próxima. En dicho lugar se depositó el Cáliz junto con otras reliquias que desde hacía más de 400 años se venían venerando por la iglesia.

Sabiendo D. Martín I el Humano, rey de Aragón y Cataluña, hijo de Pedro IV el Ceremonioso, que los monjes de aquel monasterio eran poseedores de tan sagrada reliquia, les hizo propuestas para obtenerla; y lo acabó logrando, según consta en la escritura de donación por los monjes al rey, cuyo original autorizado, escrito por el Secretario General Berenguer Sarta a 26 de Septiembre de 1399, se custodia en el archivo de la Corona de Aragón en Barcelona. El rey, como muestra de agradecimiento les entregó otro cáliz de oro para el uso del monasterio, trasladando el del Señor a su palacio de la Aljafería, en Zaragoza, donde estuvo por espacio de 23 años, siendo venerado por los monarcas aragoneses hasta que, D. Alfonso V de Aragón y I de Nápoles llamado el Magnánimo, hijo de Fernando I de Antequera y de Leonor de Alburquerque, ordenó su traslado a otra ciudad.

En la isla de Cerdeña y tras la muerte de su padre en 1416 recibió una embajada de la reina Juana II de Nápoles que le ofrecía adoptarle como hijo y heredero; pero la soberana acabó arrepintiéndose de su propósito, y Alfonso, irritado, decidió emprender la guerra contra Nápoles el 11 de Abril de 1424. Antes de su marcha dejó encomendadas las reliquias sagradas que poseía en su palacio, haciendo expresa mención del Santo Cáliz de la última Cena al cabildo eclesiástico y jurado de la ciudad de Valencia para que las custodiasen en la sacristía de la Seo, hasta que por S.M. fuese dispuesto otra cosa; todo se constata por una escritura pública recibida el 17 de Abril de dicho año y que se conserva en el archivo municipal.

Posteriormente, declaró el mismo rey D. Alfonso su real ánimo, al mandar que, entregaran como propias a esta Santa Iglesia Metropolitana las reliquias que había dejado depositadas en su sacristía, designando para su ejecución y cumplimiento a su hermano el rey D. Juan II de Aragón y de Navarra, más tarde, padre de Fernando el Católico, quien otorgó documento de entrega haciendo detallada mención del Santo Cáliz de la última Cena el 18 de Marzo de 1437 ante los notarios Pedro Angreiola y Jaime Monfort; una copia del cual se conserva en el archivo del Ilustrísimo Cabildo.

Sin embargo, en 1809, ante la inminente llegada de las tropas francesas a Valencia, el Santo Cáliz fue llevado a Alicante y, después a Mallorca e Ibiza, donde permaneció hasta su regreso a Valencia en 1812.

Finalmente, en 1916, el entonces Arzobispo de Valencia, Mons. Valeriano Menéndez Conde, junto con el cabildo de la Catedral, acordó instalar el Santo Grial en la antigua Sala Capitular de la Seo, en lugar del relicario en el que permanecía desde el siglo XV.

Actualmente, la investigadora norteamericana Janice Bennet, ha publicado el primer libro editado en inglés sobre el Santo Cáliz de la Última Cena que se venera en la Catedral de Valencia, realizando un análisis comparativo con fotografías del Santo Cáliz y de varios vasos de celebraciones palestinas elaborados con piedras semipreciosas, datados en el año 50 antes de Cristo, que se conservan en el British Museum de Londres. En este libro y después de dichos estudios, se califica al Santo Grial que se venera en Valencia como, “la reliquia por excelencia”.

Por su parte, Jaime Sancho, canónigo conservador de la Capilla del Santo Cáliz afirmó que, el libro “amplía los estudios realizados hasta el momento sobre la reliquia durante los primeros tiempos del cristianismo y la época de las persecuciones”.

Fue utilizado por el Papa Juan Pablo II durante la misa que presidió en Valencia en Noviembre de 1992.
Este vehemente y resumido artículo de lo que del Sagrado Cáliz del Salvador refieren historiadores, investigadores, científicos, arqueólogos y religiosos, de cuya opinión no tenemos por qué dudar, compendia comentarios y citas de monumentos que siguen hablándonos de su historia, donde además, se han vertido los documentos históricos revelados por D. Agustín Sales, impresos en Valencia en 1736, así como los documentos que poseen los cabildos eclesiástico y civil; a lo que hay que añadir la tradición antiquísima y constante, y el culto público que a tan preciosa reliquia ha rendido siempre todo católico.

Así pues, este artículo no ha tenido otra intención que referir la historia más dramática, romántica y sublime que la humanidad ha vivido: la historia del Verbo hecho Hombre y Eucaristía.

“EL CÁLIZ QUE BENDECIMOS, ES LA COMUNIÓN DE LA SANGRE DE CRISTO”
(Imagen: Santo Grial que se venera en la Catedral de Valencia)

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