Reflexiones ante el hallazgo de la Santa Cruz

Reflexiones ante el hallazgo de la Santa Cruz (8)

Roberto Jiménez Silva

El sacro instrumento de nuestra salvación, la Santa Cruz en que se consumó la gran obra de la redención de los hombres, había estado desaparecido durante tres siglos. La devota madre del primer Emperador cristiano descubrió esta delicada joya oculta bajo los escombros de lo que fue el Calvario. Este acontecimiento ocurrió en el año 326 d.c.; el año 21 correspondiente al Imperio de Constantino; el año 13 del Pontificado de San Silvestre. Pero no siempre se ha estado de acuerdo con estas fechas.

Reflexionemos históricamente sobre la controversia más polémica:

Hubo quien señaló que, el hallazgo de la Santa Cruz había tenido lugar en tiempos del Papa Eusebio; pero a esto se puede señalar desde la crítica histórica actual, que esta aseveración no puede ser científica e históricamente cierta, ya que, habría que advertir que por entonces, sabemos que era gobernador de Siria, Máximino, y que ni Constantino, ni su madre Helena, por entonces, habían abrazado la fe; y por supuesto que, de la Iglesia de Jerusalén, no era Obispo Macario. Por tanto, la cronología históricamente exacta nos convence de que es insostenible ésta opinión, y por tanto, descartable. Y si no… ahí van datos.

Por parte de los que mantienen esta tesis, se cita la autoridad de un monje llamado Graciano, que en su Decreto (cap. Crucis dist. 3) inserta una carta que se dice firmó el Papa Eusebio dirigida a los Obispos de Toscana y Campania, donde relataba el hallazgo reciente de la Santa Cruz. Pero autores como Nicolini en su Colección de Concilios, y Severino Binio, niegan rotundamente la autenticidad de esta Decretal, señalando junto con otros autores que es apócrifa. Se sabe que, Eusebio ascendió al Solio Pontificio el año 309, falleciendo dos años después. Desde su muerte transcurrieron quince años hasta el hallazgo de la Santa Cruz.

Para los más curiosos, diremos que, la historia del hallazgo de la Santa Cruz y todas sus circunstancias, fue narrada por San Cirilo de Jerusalén y San Paulino de Nola, los concurrentes Rufino y Teodoreto, los historiadores Sócrates y Sozomeno, así como por parte de otros autores contemporáneos del acontecimiento y que son mencionados por Tillemont en el Tomo 7 de su historia.

Por otro lado, en una película recientemente vista y de la que no daré el título para evitar propagandas gratuitas, se aseguraba a este respecto que, el primero que habló de este hallazgo de la Santa Cruz fue San Gregorio de Tours. Tamaño disparate no puede mantenerse y la afirmación está privada de todo fundamento en que a lo largo de la película quiere sostenerse. Algún incauto la verá y lo creerá a pies juntillas, como tantas cosas que atañen a la religión y a la doctrina.

Y es que, los detractores de la fe aprovechan cualquier argucia; miren si no. Por parte de un reconocido historiador se objeta que Eusebio, en su historia de la vida de Constantino, aunque describe extensamente la erección de la Iglesia del Santo Sepulcro no hace mención del hallazgo de la Santa Cruz. Y esto es verdad. Pero también resulta cierto que, la crítica histórica en nuestro tiempo, atribuye al mismo historiador que esto asevera, omisiones fundamentales de otro orden, lo que mengua el mérito de su historiografía, ya provenga de descuidos o de cualquier otra mala intención, como puede ser, escamotear la verdad histórica.

Lo realmente cierto es que, en todo tiempo, y antes o después del hallazgo de la Santa Cruz, la Iglesia ha profesado a ésta señal profunda y vigorosa de la Cruz, la más honda veneración, haciendo de ella frecuente uso en los Oficios Divinos, en la administración de los Sacramentos y en otras muchas oraciones. Los testimonios más antiguos y puros del cristianismo nos ofrecen claras pruebas de esta verdad. Tomemos el siguiente ejemplo:

Por la epístola XXXI, de las que escribió San Paulino, sabemos que el Obispo de Jerusalén todos los años en la Pascua pone de manifiesto la Santa Cruz para que el pueblo la adore. Aún fuera del tiempo Pascual, estamos al corriente de que se exponía a la veneración de los peregrinos, y se les daba fragmentos de ella, de los cuales, ya aseguraba San Cirilo que estaba en su tiempo el mundo lleno, sin que por esto disminuyese el sagrado madero.

La fiesta del hallazgo de la Santa Cruz se celebra en la Iglesia Occidental con toda seguridad histórica desde el siglo V; el ilustrado Papa Benedicto XIV fundamenta en un escrito los documentos para esta afirmación. Estos documentos y algunos otros los encontramos recopilados en las Actas de los Bolandistas correspondientes al día 3 de Mayo. Este fue el día señalado por la Iglesia Latina para celebrar una festividad tan memorable. Pero nos queda aún algún interrogante que otro:
¿Se estableció así porque semejante día fue el del hallazgo de la Santa Cruz por Santa Helena? ¿O por ser la victoria de Constantino contra Magencio? ¿O por ser el día de la dedicación de la Santa Cruz en Roma? Hasta ahora, nos quedamos con la duda. Actualmente, la liturgia cristiana ha eliminado esta fiesta de su calendario, quedando unificada con la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, celebrada el 14 de septiembre.

La Iglesia, desde los orígenes del cristianismo y para ensalzar a la Santa Cruz, la levantó en signo de victoria, y según las palabras del mártir San Ignacio, la señaló como trofeo contra las tartáreas potestades. La mística Doctora Santa Teresa de Jesús no tenía más armas que la Cruz, y con ella desafiaba y ahuyentaba a los demonios. Fueron los primitivos cristianos los primeros en adoptar la práctica piadosa de usar frecuentemente la señal de la cruz. Como escribía San Jerónimo a la virgen Eustoquia en su (Carta. 22) A todo acto, a toda diligencia la mano señalaba la cruz. Escribiendo San Nilo al Procónsul Olimpiodoro decía que se han de pintar cruces en todas las casas de los cristianos. Tertuliano, conocedor de los usos y prácticas de los antiguos fieles, escribió en su libro De Corona militis, estas notables palabras que no me resisto a transcribir:

A todo paso y a cada movimiento, a toda entrada y a toda salida, al vestirse y al calzarse, al lavarse, a las comidas, al calentarse, al acostarse, al sentarse, en cualquier conversación que nos ocupa trillamos la frente con la señal de la cruz. Han leído bien… no dice signamos sino “trillamos”; tan frecuentemente se signaban con la señal de la cruz, que parecía que “trillaban” la frente.

Pero es verdad que, esto era en aquellos tiempos, y me temo que en los nuestros, (escribo en el 2014) ya apenas se practica nada de esto; porque es en estos tiempos, verdadera y ciertamente, cuando se están cumpliendo estas palabras del Apóstol San Pablo en la Epístola a los Filipenses (Flp. 3,18-19) <> Estos son todos los antirreligiosos, contrarios a la mesura, al rigor, a la austeridad de vida que la Cruz de Cristo Redentor proclama a todo cristiano; enemigos de la cruz de Cristo, que pasan la vida como si fuera una fiesta continua por sus deleites; enemigos de la cruz de Cristo, que pregonan y proponen una vida light, eso sí, sensual, lujuriosa, mundana; enemigos de la cruz de Cristo, que dan rienda suelta a las pasiones más vergonzantes, a las perversiones más aborrecibles como el aborto, pongo por caso. También son “enemigos de la cruz de Cristo” todos aquellos que en nuestros días y en España, dentro de nuestra Iglesia Católica, pretenden introducir aquella reforma protestante que comenzaron Wiclef en Inglaterra, Lutero en Alemania o en Francia Calvino.
Estos “enemigos” conocen sin duda que, la Santa Cruz en la que Cristo Nuestro Señor expiró para dar la vida al género humano, es incompatible con sus execrables objetivos; y siguiendo siempre su táctica de quitar todo lo que según ellos puede dar motivo de “superstición” o “idolatría”, derribaron las cruces no sólo en los templos, sino también en las plazas, en los edificios públicos y en los caminos; de manera que, en un futuro no muy lejano, en nuestra España, un viajero recorrerá ciudades y provincias enteras sin encontrar siquiera una sola. Para manifestar su odio a la Santa Cruz muchos en nuestros días pueden decir lo que en otro tiempo exclamaba un Calvinista como Teodoro de Beza cuando decía: “Toda mi alma se estremece al ver un Crucifijo; no puedo sufrir su vista.”

Que ciertas ideas políticas, hayan procurado no admitir en su pretendido evolucionismo ciertos ritos de los católicos, porque les parecían abusos, se les podría en cierto modo tomar con reservas, no quitando ojo de sus inicuos proyectos. Pero que hayan llevado su delirio antirreligioso hasta proscribir en todas partes la señal de nuestra redención, esto es intolerable. Apartar de la vista del pueblo fiel la imagen del leño sacrosanto, que nos recuerda la muerte y pasión del Hijo Unigénito de Dios; hacer que desaparezcan las cruces de nuestras plazas, de nuestros edificios públicos, de nuestros hospitales, escuelas, de nuestros caminos, ya sean cruces de piedra, de hierro o de madera, es lo mismo que prohibir a un cristiano la señal que hace patente el cristianismo; la señal con que podemos resistir las tentaciones del enemigo; la señal que fortalece a los enfermos en la hora de la muerte; la señal que da valor al mártir; la señal de la Cruz que sirve para alcanzar el triunfo y la victoria contra toda crueldad y tiranía.

Derribar las Cruces y hacerlas desaparecer de los sitios y lugares en que las colocaron nuestros mayores, equivale a declarar una guerra impía, sacrílega y cruel a la insignia y señal del Cristiano. Es olvidarse que por la señal de la Cruz empieza la instrucción de los Catecúmenos; con la señal de la Cruz se bendice el agua del Bautismo, y los bautizados reciben con la imposición de las manos, los dones del Espíritu Santo; con la señal de la Cruz las Iglesias y los altares se consagran, y los Sacramentos se administran; y para decirlo todo de una vez, y como decía San Agustín en su Homilía sobre los Santos: no hay Sacramento en la Iglesia que no sea conferido por la virtud misma de esta señal.

Todo esto se quiere borrar de nuestra memoria, alejando de nuestra vista la Cruz, y ofendiendo, burlándose, criticando el uso que de ella hacían nuestros antepasados en la fe. ¡Qué terquedad! ¡Qué ateísmo! ¡Qué ofuscación! ¡La Cruz que ha salvado al mundo, y le ha de juzgar, ha de ser para muchos objeto de abominación y de escándalo! Jamás, desde que la piadosa Helena halló la Santa Cruz no ha estado tan olvidada y despreciada como en nuestros días. Los Caballeros Penitentes de Cristo Redentor, que miran su imagen con la cruz a cuestas, que la llevan sobre su pecho, que la cargan sobre sus hombros durante la procesión del miércoles santo, debemos venerarla y adorarla con las plegarias más piadosas de nuestro contrito y humillado corazón.

“TE ADORAMOS CRISTO Y TE BENDECIMOS, QUE POR TU SANTA CRUZ REDIMISTE AL MUNDO”
(Imagen: Johann Köler. “Cristo en la cruz”. (Museo de Arte de Estonia)

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