El Cirio Pascual

EL CIRIO PASCUAL

El P. Esteban de Terreros y Pando, en su Diccionario, entiende por Cirio Pascual: “…una masa grande de cera que se enciende el Sábado Santo para que sirva todo el Tiempo Pascual”.

El Diccionario de la Real Academia Española le llama: “…cirio grueso, al cual se le clavan cinco piñas de incienso en forma de cruz. Se bendice el Sábado Santo, y arde en la iglesia desde aquél día mientras la Misa y las Vísperas hasta el de la Ascensión del Señor, que se apaga acabado el Evangelio”.

Mucho se ha escrito acerca del origen y antigüedad del Cirio Pascual. Algunos se remontan a los primeros siglos de la Iglesia, buscando su inicio en el primer Concilio Ecuménico Universal de las Iglesias Católica Romana y Oriental Ortodoxa, convocado en Nicea el año 325, por el emperador Constantino; concilio que condenó a Arrio, que defendía que, en la Trinidad, el Hijo es de diferente naturaleza que el Padre y declaró la consubstancialidad del Hijo con el Padre; no tiene dificultad en suponer que en él se hizo constar la ceremonia de su bendición.

Otros, por el contrario, encuentran el principio de éste símbolo en las columnas de cera que el Emperador Constantino mandaba encender la noche del gran día de la Pascua.

No falta tampoco, quien atribuye el comienzo a la costumbre que había de escribir en un Cirio bendito todas las fiestas movibles, que dependían de la celebración de la misma Pascua.

Hay quien se queda con la opinión de los que sostienen que, a principios del siglo V, el Papa de origen griego, San Zósimo, aquél que con su fuerte temperamento reivindicó el poder de la Iglesia contra las injerencias ajenas, instituyó esta ceremonia.

Sin embargo, el Cardenal César Boronio nos dice que es más antigua, asegurando que: “San Zósimo no dispuso otra cosa sino que en las Parroquias e Iglesias menores se bendijese el Cirio Pascual el Sábado Santo, adoptando la costumbre anteriormente introducida en las Iglesias mayores”; demostrando su confirmación con uno de los himnos que se encuentran en el Cathemerinon liber del gran poeta hispanolatino Prudencio Clemente (Aurelio) (348-410).

En medio de tantas opiniones, no podía faltar la del P. Daniele Papebrochio de la Compañía de Jesús, que supo fijar con bastante exactitud el origen del Cirio Pascual en la obra que tituló: Conatus crónico-historicus.

También hacen mención de este Cirio varios Sacramentarios, especialmente el del Papa San Gelasio I, el llamado “Padre de los pobres” y que introdujo en la Iglesia el Kyrie eleison.

Gregorio Nacianceno y otros Padres hablan del Cirio en términos muy majestuosos.

Pero es Ennodio, Obispo de Pavía quien, a principios del siglo VI, nos dejó las fórmulas y oraciones de la bendición del Cirio Pascual. En el tomo primero de sus obras vemos consignado que: “…las partículas de cera o gotas de él se distribuían entre el pueblo fiel y cristiano, y los hijos de la Iglesia solían quemarlas en sus casas contra la influencia de los malignos espíritus. No había en esta práctica indicio de superstición alguna, porque no se prometía infaliblemente el efecto; éste sólo se esperaba de la bondad de Dios, a quien se pedía por medio de oraciones y preces públicas, con bendiciones de la Iglesia instituidas para aquel fin”.

El Cirio Pascual es un emblema ilustre de Cristo, resucitado de entre los muertos, como luz del mundo y una señal que nos anuncia la gloria y alegría de la Resurrección. También, los cinco granos o porciones de incienso que en él se fijan, significan, simbólicamente, sus cinco llagas preciosas y el embalsamamiento de su cuerpo en su entierro, por segunda vez en el sepulcro, por aquellas devotas mujeres que llevaron el ungüento y bálsamo olorosos a su sepultura.

De los restos de este Cirio se formaban las pastas o panes de cera llamados Agnus Dei, que el Papa bendecía y repartía al pueblo en la Dominica in Albis. Durante esta ceremonia se cantaba antiguamente el segundo responsorio de maitines: Isti sunt agni novelli.

Si alguno desea saber más sobre el origen de este rito, su espíritu y los fines de su institución, debe leerse el libro que compuso Teofilo Raynaldo, cuyo título es: Agnus cereus Pontificia benedictione consecratus. Las especulaciones de Lutero, de Vergerio, de Hospiniano y de otros herejes contra esta ceremonia, las aclaró sabiamente el referido Teófilo Raynaldo en el capítulo 9 de su citada obra.

En España el uso y la bendición del Cirio se conocían ya en los siglos primitivos de la Iglesia. El Concilio IV de Toledo, celebrado el año 633 por sesenta y dos Obispos, presididos por San Isidoro Arzobispo de Sevilla, hace ya mención de esta ceremonia. Son terminantes estas palabras que leemos en él: “Algunas Iglesias en la Vigilia de Pascua no bendicen la lámpara y el Cirio, y preguntan ¿por qué nosotros les bendecimos? Les bendecimos solemnemente para glorioso símbolo de la misma noche, a fin de representar con la bendición de la santa luz el misterio de la sagrada Resurrección de Cristo, que sucedió en esta noche festiva y sagrada”.

En la Catedral de Toledo, además del Cirio Pascual, había otro que se llevaba en las procesiones, así como tres candelas juntas colocadas en el palo llamado Serpentina. Este rito está tomado del Misal Mozárabe, como lo reconoce el Emmo. Sr. Cardenal Lorenzana, en su trabajo manuscrito que denominó: Ceremonias particulares de la Santa Iglesia de Toledo.

En ella se exhibía el Cirio Pascual en un gran candelero, monumental y artística obra ejecutada en 1804 por el escultor D. Mariano Salvatierra. Este candelero, aún existente aunque en desuso, tiene cerca de ocho metros de altura, y es de madera pintada con tal perfección que mirada a cierta distancia aparece como si fuera de mármol, con relieves dorados. Sus principales adornos son dos grandes ángeles, uno de los cuales coge con su mano izquierda un medallón, en el que está en alegoría el pueblo hebreo, marchando a la tierra de promisión, precedido de la nube misteriosa; con la derecha, señala este pasaje de la Sagrada Escritura. El otro ángel, tiene en sus manos cadenas de metal dorado, hechas pedazos, para señalar que el Divino Salvador, con su muerte, rompió las duras y férreas cadenas que antes de su venida al mundo aprisionaban a los descendientes hijos de Adán.

En este candelero hay también dos tarjetones, con un versículo en cada uno de ellos extraído de las Sagradas Escrituras. El primero corresponde al 19, del Salmo 77, que dice: Deduxit eos in nube diei: et tota nocte in illuminatione ignis. (¡Voz de tu trueno en torbellino! Tus relámpagos alumbraban el orbe.) El segundo contiene estas palabras, que leemos en la 1ª Epístola de San Pedro, capítulo 2º, Versículo 9: De tenebris vos vocavit in admirabile lumen suum. (…os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz). Asímismo se aprecian en este candelero cuatro cariátides, pintadas en blanco, con cintas y ribetes dorados. Sobre sus cabezas se sitúa la pieza redonda que le corona, figurando en ella cuatro angelitos desnudos, que llevan en sus manos algunos de los útiles necesarios para la administración solemne del Sacramento del Bautismo, como son la cruz, la concha, el jarro para el agua y el ritual.

Bajo estas figuras se reconocen los bustos de San Pedro, San Eugenio I, San Ildefonso y San Juan Bautista. Todo el conjunto resulta vistoso e interesante.
El Cirio Pascual que ardía en este magnífico candelero se encendía en la parte interior de su pedestal, y en seguida, haciendo uso de una manivela, subía como un tornillo por el hueco existente en su centro, forrado de cobre, a ocupar su lugar para lucir en todo lo alto; de la misma manera bajaba cuando debía estar apagado.

La bendición del Cirio Pascual se hacía en la toledana Santa Iglesia Catedral Primada, dentro del Coro, con todas las ceremonias establecidas por la Iglesia. No me voy a detener a discutir quien es el autor de las oraciones que se cantan en esta bendición; sólo bastará saber que se contienen en el Pontifical Romano y en nuestros antiguos Rituales. San Ambrosio hacía ya mención de ellas, en el capítulo último de su libro De Paschate.

Comenzaba por la famosa “Angélica” que cantaba el Diácono, diciendo: “Regocíjese ya la angélica muchedumbre de los celestiales espíritus, celebrando con júbilo los divinos misterios, y al son de saludable trompeta sea publicada la victoria de tan gran Rey. Gócese también la tierra, esclarecida con tan luminosos rayos, y al lleno de resplandores del Eterno Rey eche de ver cómo se han disipado las tinieblas de todo el mundo. Alégrese igualmente la Madre Iglesia, adornada del resplandor de tan gran luz; y retumbe este sacro alcázar con alborozados clamores de los pueblos”.

Dirigiéndose enseguida a los fieles continuaba: “Invocad, os ruego, juntamente conmigo, la misericordia de Dios Todopoderoso; para que, pues fue servido de agregarme, sin yo merecerlo, al número de los Levitas, quiera perfeccionar, derramando sobre mí la claridad de su luz, los loores de este Cirio”.

Al tiempo de poner los cinco granos de incienso bendito en el Cirio, en forma de cruz, decía: “Recibe ¡oh Santo Padre! en consideración de esta sagrada noche el sacrificio vespertino de este incienso, el cual te ofrece la Iglesia Santa por manos de sus ministros en la solemne ofrenda de este Cirio”. Y más adelante: “Rogámoste, Señor, que este Cirio, consagrado a honra de tu nombre, arda sin desfallecer para disipar las sombras de esta noche; y que aceptado por ti en olor de suavidad, se incorpore con las celestiales lumbres. Halle muy vivas sus llamas el Lucero de la mañana, aquel Lucero, digo, que no conoce ocaso; aquel que volviendo de los infiernos amaneció hoy con rostro sereno al humano linaje”.

Con similares palabras, actualmente, el Diácono canta la “Angélica”, que no deja de ser en el fondo, un rebosar sensible de felicidad de nuestra Santa Madre la Iglesia en la bendición del Cirio Pascual. La liturgia de esta bendición es valiosa, ya que nos recuerda los importantes beneficios de nuestra redención eterna.

Tanto como esto significa y simboliza el Cirio que, en el Santo tiempo de Pascua, vemos arder en nuestros templos.

Roberto Jiménez Silva

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